En mi caso personal, las telecomunicaciones irrumpieron en la consulta hace aproximadamente unos quince años.
Con anterioridad, el modelo presencial de entrevista era lo usual y si se contaba con un buen desempeño, los consultantes que uno veía en su país de origen, llevaban su recomendación fuera de fronteras en caso de viajar o residir en otro lugar.
Esto hizo que desde finales del siglo pasado, saliera con cierta regularidad a diferentes ciudades en otros países con agenda previamente concertada y entonces en un lapso de algunas semanas usualmente, se completaba la ronda de entrevistas pactadas por teléfono primero y por correo electrónico ya en los últimos años de esta etapa.
Sucedía en muchas oportunidades que la persona que había visto en Uruguay y me recomendaba con sus contactos, oficiaba de anfitriona durante buena parte de mi estadía.
Así, en cada experiencia traté de integrarme a la dinámica de la ciudad que visitaba como viajero y no como turista, ya que mi cometido final era mi trabajo como intérprete.
Con la sucesión de traslados, mi entrenamiento se fue acostumbrando a modelos bien distintos, de tal manera que sorprenderme por una situación cualquiera en ocasión de una entrevista, era cada vez más difícil.
Experiencia que le dicen.
Para el año 2006, ya tenía unos cuantos sellos en mis maletas (y en mi pasaporte); cuando embarqué hacia Brasil, en San Pablo concretamente, por el mes de setiembre.
El mapa personal
Una de las principales premisas del trabajo de interpretación, proviene de la capacidad del practicante en mantener la atención sobre la carta de manera independiente de lo que le rodea en cada caso.
Yo le llamo -y lo he enseñado durante muchos años-, mantener el foco.
Aunque el marco visual esté distorsionado uno tiene que mantener la vista en el mapa.
Algo así como no seguir los sentidos meramente para realizar el trabajo de la forma menos contaminada, aplicando razonamiento, mensaje y método.
Hoy en día esto es sencillo ya que, la mayoría de las entrevistas se llevan a cabo en un escenario virtual y entonces el practicante está más o menos aislado (si esto es para bien o para mal, ese es otro cuento), de lo que sucedía antiguamente durante el contacto personal.
Había que repetirse en el consejo de Hermes Trimegisto: “Como es arriba, es abajo”
De esa manera era difícil perderse.
Max Heindel en su libro “El mensaje de las estrellas” insta también al practicante a confiar en el mensaje, como certeza final.
Este viaje a San Pablo pondría a prueba de modo extremo el entrenamiento de focalización.
La calle Bela Cintra
Brasil es un país muy grande y los habitantes de sus dos principales ciudades Río de Janeiro y Sao Paulo, cariocas y paulistas, son bien distintos para el visitante.
La primera, mira y ofrece el océano al turista entre otros tesoros, mientras que la segunda es el principal polo de desarrollo industrial del gigante sudamericano, con un casco urbano que contiene algo más de doce millones de personas actualmente.
La producción y distribución de café durante buena parte del siglo XX, dejó muchas mansiones salpicadas de los terratenientes del Estado de San Pablo dentro de la ciudad que se mantienen con orgullo todavía, inclusive en las zonas céntricas. Algunas hasta hoy, evaden las ofertas de los contratistas del mercado de la construcción, puesto que el dinero no es una variable atractiva para estas familias.
En ese viaje, me tocó recalar en la calle Bela Cintra a pocas cuadras de la Avenida Paulista en pleno centro de la ciudad.
Me llamaba la atención, los cordones de las veredas bien distintos y la vegetación tropical que acompañaba a la calle mientras arrastraba mi equipaje hacia el alojamiento o salía a dar una vuelta, de tal manera de prepararme para las entrevistas que tendría en los siguientes días.
Todas estas fueron digamos, “normales” en tanto salía del hotel; viajaba en taxi hasta el domicilio de mi consultante, llevaba adelante la lectura y luego me devolvía o bien a lo de Sofía, -mi anfitriona- o a mi habitación, preparando los diagramas para el día siguiente.
En algunos casos, venía un remise por mi hasta el hall del hotel y hacía el viaje de ida, lectura y vuelta con suma comodidad.
Cierto día cercano al final de mi visita a la ciudad, tenía una entrevista al caer la tarde:
—Hola Sofía, ¿Cómo estás? ¿Pediré un taxi para la entrevista con Amália hoy a las 18:00? Tal vez me envía un remise, pero te consulto porque no lo sé ni tengo en la ficha su dirección. Solamente los datos para levantar su carta.— pregunté.
—Hola Alvaro, no te preocupes, te pasarán a buscar ellos por el hotel un rato antes.— me contestó.
Un mapa como tantos
A falta de un par de horas para irme, ya dibujé el mapa del que adjunto una copia realizada mediante el software de Astrodienst AG aquí:
Una vez dibujado y recostado en la cama de la habitación a minutos de bajar al hall; el sistema “imprimió” su veredicto:
“A causa de los malos negocios y del manejo del dinero del padre, la persona se verá obligada a trasladar su domicilio debido a la falta de recursos para sostenerse materialmente pasando por un período de escasez que ya compromete su calidad de vida, teniendo recién a cuatro años calendario los primeros síntomas de recuperación.”
Esta situación de caída ya fue anunciada en la biografía hace algo menos de dos años y desde entonces las limitaciones la acechan, comprometiendo no sólo su estado de ánimo -ya que debió tomar un camino independiente cuando pudo a mitad de sus treinta años-; sino que lo peor ahora, es el desconocimiento de la profundidad real de los problemas financieros y cómo estos interesan su futuro.”
Ud. verá, yo practico la denominada “Astrología Judiciaria“, que es una línea predictiva basada en los sectores como matriz de pronóstico. Por tanto con la invalorable ayuda del método de Eudes Picard, exento totalmente de cualquier esperanza, el montaje del pronóstico se parece mas a un parte meteorológico que a otra cosa.
Y como durante muchos años trabajé con una tasa de fallo baja; dejé atrás mis rémoras en cuanto a las voces apagadas en mi cabeza:
¿Cómo una mujer de 52 años, perteneciente -al menos en forma aparente- a un segmento socioeconómico alto va a estar pasando penurias materiales a esta altura?
Simplemente conjuré tales razonamientos con mi método del foco:
La carta dice esto; pues esto será y quién soy yo para editorializar un veredicto impreso.
Media hora más tarde bajé al hall, unos minutos antes de las 18:00 esperando que vinieran por mi.
El viaje
No había tenido problemas de puntualidad hasta allí; pero ahora mientras esperaba con mi sobre de cuero y el diagrama dentro, más el grabador con pilas frescas (si; ya lo sé, le sueno arcaico, pero en 2006 estaba a punto de dejar atrás el cassette como medio de grabación de la entrevista), no veía a nadie en la recepción.
Solamente había un señor uniformado con sombrero y todo. Supuse era el chofer de un Rolls Royce estacionado en la vereda que por supuesto miré con curiosidad a través del vidrio del rellano de la puerta.
Lo impecable del chofer y el auto, en el hall del hotel hacían juego perfectamente.
El único que desentonaba en la escena era el astrólogo judiciario esperando su viaje.
Así que unos pocos minutos después, el chofer se acercó a la recepcionista y le preguntó en su portugués de tipo paulista:
—¿O Sr. Álvaro ainda não chegou?
Me di cuenta en ese instante que el binomio cuasi de la realeza chofer/automóvil, venía por mi, así que me presenté.
Bueno; los siguientes minutos desde el inicio de la travesía, transcurrieron de forma bizarra.
El automóvil tenía las alfombras blancas y era de un lujo excepcional.
Yo no sabía mucho cómo hacer para entrar en él, sin pisar las alfombras puesto que daba pena hacerlo.
El chofer cerró el vidrio del habitáculo y ahí estaba yo; tomando por Bela Cintra hacia la Avenida Paulista, tratando de pisar lo menos posible la alfombra, con mi sobre y mi grabador; mientras el auto se movía hacia mi siguiente consulta.
Comencé a sospechar que si ese era el auto, sería difícil que la vivienda donde iba sería digamos; precaria.
Mis sospechas se vieron confirmadas cuando en pleno centro de San Pablo, llegamos a un parque grande que luego vi que podía ser nuestro destino, porque se empezaron a abrir unas rejas enormes y el auto entró rápido, si bien yo no veía la casa.
Solamente se veía una construcción muy grande, algo así como un palacete detrás del camino que rodeaba los árboles.
Pues bien; el auto -más bien el chofer-, le apuntó al palacete.
Es más; entró en él.
Luego paró debajo de la planta en una especie de plataforma.
El chofer no se bajó.
Salieron desde dentro del edificio dos personas uniformadas -si, otra vez con unos sombreros extraños- y mientras una me abrió la puerta, la otra me llevó a un ascensor.
Subimos un par de pisos y salimos a una gran recepción.
Desde allí escoltado por el mayordomo (¿sería un mayordomo?), caminé no menos de cuarenta metros, por un pasillo repleto de adornos y cuadros que eran verdaderamente impactantes para llegar a una sala.
Allí de forma muy diligente el mayordomo me ofreció asiento en un lugar de una suntuosidad que no olvidaré.
Me dijo algo así en su portugués que creí entender mientras hacía una especie de reverencia para retirarse:
—La señora Amália ya viene
Bueno, si Ud. ha llegado hasta aquí se dará cuenta de mi situación.
El pronóstico emitido que viajaba en mi cabeza desde el hotel, estaba realmente maltrecho.
El Rolls Royce, el chofer uniformado, el parque, el palacete, su personal y contenido, lo habían golpeado como a un boxeador que lo dejan “groggy” y me faltaban todavía 70 minutos de consulta para que sonara la campana y pudiese tomar aliento.
Desde mi puesto de consulta la voz de Picard casi no se escuchaba y mis elucubraciones elaboradas desde unas horas antes en la cama del hotel usando domificación derivada, estaban totalmente desteñidas.
Para colmo, casi como el último puñetazo se presentó bajando la escalera de alguna habitación superior una impecable señora Amália que se sentó con cara de complicidad a mi lado en el pequeño escritorio en donde estaba mi diagrama, listo para ser interpretado.
Luego del saludo correspondiente -le confieso que no sé si por protocolo no tendría que haberle besado la mano cuando me la dio-, estábamos listo para empezar.
Así que apreté el botón REC del grabador.
Mi grabador era el mismo de hacía muchos años.
Me acompañó por todos lados y ahora era algo así como un objeto aliado en la circunstancia.
Entonces, mareado por la opulencia, en un último gesto de defensa empecé:
—Amália: a causa de los malos negocios de tu padre, es muy posible que debas verte obligada a trasladar tu domicilio puesto que no puedes sostenerte y ya ves comprometida tu calidad de vida. Esta situación que ahora parece permanente amainará en unos cuatro años…
Amália comenzó a llorar de forma serena, con una especie de llanto lento, asintiendo cada palabra que iba escuchando.
Desde allí pude componer la interpretación como siempre y cumplir con el servicio que este oficio ofrece.
Mientras todo volvía a “la normalidad”, volví a entender una vez más que la escasez es distinta para cada perspectiva y lo que para unos es mucho para otros es la nada misma.
No tuve la oportunidad de conocer a Eudes Picard más que en su libro “Astrología Judiciaria”; asumo que en ese momento si se hubiese dado una vuelta por el palacete, me habría susurrado: “Te lo dije…”
Mientras volvía al hotel mirando por la ventana del automóvil, me acordé de una escena de la película “La tormenta perfecta” que había visto recientemente.
Está basada en el libro del mismo nombre acerca de la historia del buque Andrea Gail y su naufragio.
En su adaptación para el cine, eligieron a George Clooney para interpretar a Frank W. “Billy” Tyne, Jr; el capitán del Andrea Gail y en esa escena particular para describir su trabajo dice:
“The fog’s just lifting. Throw off your bow line; throw off your stern. You head out to South channel, past Rocky Neck, Ten Pound Island. Past Niles Pond where I skated as a kid. Blow your air-horn and throw a wave to the lighthouse keeper’s kid on Thatcher Island. Then the birds show up: black backs, herring gulls, big dump ducks. The sun hits ya – head North. Open up to 12 – steamin’ now. The guys are busy; you’re in charge. Ya know what? You’re a goddam swordboat captain! Is there any thing better in the world?”
Al igual que creía el Capitán Tyne, por un momento, me di cuenta que muchas veces; mi oficio es el mejor del mundo.
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Hola!!, me encanta tu forma de contar las historias.
Muchas gracias.
Primera historia q te leo, tú forma me hace reir, gracias!!
Gracias Elisa. Un abrazo.