Las razones del toro

Las razones del toro

Daremos como de costumbre un rodeo para enmarcar “Las razones del toro” encaminando primero nuestros pasos a una carnicería de la ciudad de Mercedes a las orillas del Río Negro, para luego viajar hacia el sur en dirección de Ismael Cortinas, una villa en el límite departamental entre Flores y San José en Uruguay, aprendiendo acerca de algunos hábitos de los pobladores del lugar.

Luego será momento de acompañar a Vladímir Arséniev en una de sus expediciones en la taiga siberiana próximas al Río Usuri a comienzos del siglo pasado de tal manera de describir brevemente el encuentro con un cazador nómade de la etnia hezhen.

Con ese equipaje en nuestra carpeta de mapas, nos apresuraremos a llegar puntualmente a la consulta con Pedro a ver si podemos dar una mano en la búsqueda de una solución a su problemática.

La carnicería del pueblo

Una de las particularidades de estos establecimientos respecto de las actuales superficies comerciales, es que guardan una relación más cercana con la cadena de distribución de la carne vacuna.

El caso que me interesa describir es un pequeño comercio cercano a la rambla de la ciudad de Mercedes, capital del departamento de Soriano en Uruguay, debido a que su propietario personalmente atiende a la clientela. A falta de algunos elementos de higiene que horrorizarían en la actualidad, nuestro carnicero con su oficio, compra la res en mitades y cuando alguien le pide algún corte específico, lo realiza en el momento.

Entonces uno está, digamos; más cerca del asunto “en vivo” y no con el corte ya procesado, etiquetado, envasado al vacío con todas las respectivas marcas comerciales.

En ese establecimiento que lleva la clásica puerta mosquitero en el acceso; repasé una y otra vez mientras estuve de paso en esa ciudad, los cortes y su identificación, así como su uso en la cocina. A propósito, le recomiendo que vaya el jueves que es cuando llega el abasto.

Mi carnicero hacía una mueca si por ejemplo yo le pedía un pulpón con el bicho colgado en el gancho a la vista, como diciéndome: “Este pulpón no es tierno; ¿no se da cuenta por la trama?”, para terminar vendiéndome lo que él consideraba que yo tenía que poner en la parrilla, con una tasa de acierto del 100%, faltaba más.

Es el oficio del que sabe del asunto y está todo el día en ello.

El bar sobre la ruta

Una centena de kilómetros con dirección sureste de Mercedes, se encuentra la villa Ismael Cortinas que debe su nombre a uno de sus ilustres hijos quién fuera senador de la República hace un siglo más o menos.

Pequeños productores agrícolas, tamberos y unas cuantas hectáreas de eucaliptus constituyen la actividad central de los pobladores del lugar.

Por sus rutinas, el pueblo se transforma en una “villa fantasma” sobre las tres de la tarde, puesto que la siesta es una actividad obligatoria.

Si uno pasa más tarde, digamos luego de las cinco, sobre la ruta hay un bar en donde los parroquianos juegan a la baraja en una mesa, deteniendo cada mano del juego cuando pasa un vehículo, al que saludan puntualmente.

Siempre que pude, paré un rato para comprar algo para comer o tomar mientras seguía mi viaje, porque no me quería perder la experiencia fascinante del ambiente.

Al acercarme a la mesa que estaba afuera en la entrada bajo el zaguán y luego del saludo de orden, se repetía una conversación acerca de un tema cualquiera: La seca de setiembre, el cambio de turno del camión de la empresa lechera en levantar los tarros o cualquier otro asunto que mereciera la atención frente a la rutina.

Muchos de ellos pasaban alegremente las siete décadas (¿o tal vez más?) y por su aspecto denotaban un estado de salud como si el tiempo se hubiese empecinado en conservar sus cuerpos en el mejor momento.

Estoy seguro que si ahí mismo tuviesen que hacerse un examen de salud, sus valencias serían asombrosas respecto de nuestros atribulados habitantes de cualquier ciudad “avanzada” sometidos al stress de la vida actual.

Así entonces, este habitante pasa su vida “en cámara lenta” respecto de nuestra velocidad impregnada por deseos y necesidades que muchas veces nos imponemos puesto que “las cosas son como son”.

La expedición y su guía

Las memorias escritas en 1923 por el explorador Vladímir Arséniev, acerca de su encuentro y experiencia con un guía de montaña, le permitieron al célebre director Akira Kurosawa en 1975, realizar su primera película fuera de Japón.

Esta magnífica obra que le recomiendo fervorosamente, lleva el nombre del guía “Dersu Uzala” y nos deja como mensaje central la simbiosis entre el cazador y su ambiente natural; así como las dificultades para los forasteros de entender los mensajes de la naturaleza con sus ritmos y condiciones.

En un pasaje de la misma, Dersu Uzala reta por enésima vez a Vladímir:

–Mira, tú eres un verdadero niño; te paseas con la cabeza colgando, sin ver nada, a pesar de tus ojos, y sin comprender las cosas. ¡Están bien los ciudadanos en su ciudad! Allí no tienen ninguna necesidad de cazar el ciervo; si quieren comerlo, lo compran. Pero cuando viven solos en la montaña perecen.

Más adelante y en ocasión de terminar la cena, el personaje vuelve a la carga:

–¿Por qué tiras la carne al fuego? –me preguntó, en tono descontento–. ¿Cómo puede quemársela sin motivo? Nosotros partiremos mañana y otros hombres vendrán aquí y querrán comer. Pero la carne echada al fuego se habrá perdido.

–Pero ¿quién va a venir por aquí? –le pregunté a mi vez.

–¡Bueno, quien sea! –exclamó muy asombrado–. Vendrá una ratita, un tejón, o una corneja; a falta de cornejas, un ratoncillo o, en fin, una hormiga. La taiga pulula de hombres.

Esta vez me di cuenta de que Dersu pensaba no solamente en seres humanos sino también en animales, e incluso en bestezuelas tan diminutas como las hormigas. Amando la taiga y todo lo que la poblaba, cuidaba de ella tanto como podía.

Me parece que ya tenemos suficientes elementos para darnos perspectiva en la consulta que se aproxima; así que le pido me acompañe a abrir la puerta en la casona de 21 de setiembre, porque tenemos un mapa que explorar.

Un tambero atribulado

Creo que muchas de las consultas que me han derivado los psiquiatras y otros profesionales de la salud, tienen como cometido echar mano a todos los recursos posibles en la búsqueda del alivio de sus pacientes, no tanto por la confianza en nuestra disciplina, sino más bien por el entrenamiento que como practicantes, adquirimos en el conocimiento del ser humano a lo largo de las décadas.

Sea como fuere, para la primavera del 2017 recibí la llamada de Pedro.

El hombre de más de 60 años y cuya carta reproduzco aquí utilizando el software de Astrodienst AG, concertó su entrevista sin tener mucha idea de los usos y alcances de la disciplina.

Su médica le dijo simplemente: “Andá a ver qué te dice Alvaro, vas a precisar llevarle una partida de nacimiento.”

Y el hombre -bien mandado- me pasó sus datos que se tradujeron en el siguiente tema:

Muchas veces la carga de conocimiento que uno tiene en lugar de contribuir al examen de un tema, lo termina nublando.

De este diagrama solamente rescataré la posición zodiacal del Sol, Venus y Júpiter y el paso opuesto por PLN sobre la conjunción absoluta Luna/Marte.

No necesitaré calcular la parte del Infortunio, ni hacer cálculos complejos de direcciones conversas buscando coincidencias.

Esos tres o cuatro valores que escuché en mi “estetoscopio”, son suficientes para darme una idea de la arritmia.

Lo demás se lo dejaré a mi percepción “en vivo” durante la entrevista.

Usted verá, muchas veces los médicos de campaña -no estoy comparando profesiones, a propósito-, confían en su “baquía”, es decir en lo que ven guardando relación directa con su experiencia. Es muy difícil que fallen en su diagnóstico y tratamiento y la empatía con el paciente es por lejos, superior a otros clínicos que entrenados hasta los límites del conocimiento, pierden de vista el ser humano del otro lado.

Este caso será igual.

Cuando abro la puerta me encuentro con un hombre de aproximadamente un metro noventa de estatura que superaba los cien kilos de peso, si bien su aspecto no era de obesidad ni mucho menos.

Al darme la mano, en el apretón me doy cuenta que su muñeca más o menos dobla el tamaño de la mía y es como una especie de gigante fuera de escala.

Luego de sentarse y de cumplir con las formalidades de la presentación y la recomendación que lo llevó a mi esquina, empieza sin más la descripción de su problema, apartándose de las rutinas habituales de la consulta que, son más bien de escucha.

Así empezó:

–Mire Artagaveytia -no usó nunca mi nombre de pila ni el lenguaje coloquial-, soy médico veterinario ya retirado y tuve tambo desde joven, me casé tengo una hija y vivo con mi mujer.

–Me encuentro en una situación que tuve que pedir ayuda médica en principio y luego me derivaron a psicoanalista porque desde hace un tiempo estoy impotente y eso me tiene a mal traer.

Así las cosas.

Le comento que estoy relativamente acostumbrado a los episodios emocionales cuando éstos desbordan a mi consulta y adquirí cierto entrenamiento en manejar las pausas y los tiempos para el caso femenino en su mayoría.

Usted verá, las mujeres son mucho más hábiles en manejar las emociones y esa válvula de liberación la manejan mucho mejor que nosotros los hombres, vaya a saber si es por una cuestión cultural.

Pero cuando esto se presenta en el caso de un hombre y con un sollozo sostenido, le confieso que quedo un poco aturdido.

Ahí estaba este gigante delante mío, llorando por lo bajo, sintiéndose miserable por lo poder “cumplir” con su mujer y habiendo pasado por el circuito terapéutico con poco resultado.

Su angustia se ocasionaba además, en el pensamiento que su compañera lo dejara “por no servir para nada”.

Bueno, digamos que más allá de algunos datos que la carta indicaba, empecé por dar un rodeo a todo el asunto.

–Cuénteme Pedro, ¿Dónde vive ahora?

–En un apartamento en Montevideo, en Malvín frente a la rambla.

–¿Y el establecimiento del tambo lo vendió?

–Si. Empecé a tener problemas con una rodilla y ya como vi que no iba a poder con la rutina del tambo con un plantel de lecheras tan grande, me desprendí de todo y me vine para la ciudad porque mi mujer quería estar cerca del mar.

–¿Y desde cuando empezaron los problemas de intimidad, ¿hace mucho?

–Al poco de venirme para acá, Artagaveytia

–Aha ¿y qué hace ahora todo el día que está retirado?

–Y, no mucho. Juego a la baraja con unos amigos en un club y camino un rato cada día.

–¿Se levanta muy temprano Pedro?

–No, ¿para qué?

–¿Y a qué hora se levantaba cuando estaba el tambo operativo?

–A eso de las 3:15 todos los días. En el tambo no hay domingo, ¿sabe?

–¿Y cuando empezó con el tema del tambo? ¿Antes de empezar facultad?

–Sí, claro, era una actividad familiar que yo luego continué.

–¿Duerme siesta ahora Pedro?

–Y no, no tengo sueño.

–Aha.

–Le voy a hacer una pregunta rara: ¿Le quedó algo de plata ahorrada?

–Y si, tengo plata.

–Bueno, mire: Me parece que el problema no está en su cuerpo, ¿vio?

–Si puede arriende unas pocas hectáreas de campo; pocas nomás. Consiga un número chico de lecheras como para hacer un par de tarros nomás cada día.

–Va a tener que levantarse otra vez a las 3:15 y convencer a su mujer que lo acompañe a la casa del campo aunque sea modesta por unos meses a ver qué tal le va. ¿Lo ve posible?

–Si; puedo hacerlo.

–La rodilla me molestará un poco, pero puedo probar.

Un poco más adelante la consulta estaba terminada.

Mi contacto me llamó para decirme que Pedro se había quedado conforme con la entrevista y como era bien mandado, iba a probar “la terapia”.

Las razones del toro

Poco menos de un año más tarde, Pedro me llamó.

–Mire Artagaveytia, me gustaría verlo. No es que necesite una consulta. Si le parece bien, me dice cuando y paso.

Unos días más tarde Pedro cruzaba nuevamente la puerta y estrujaba mi mano con su mayor delicadeza mientras mis metatarsos se quejaban puntualmente.

Sacó un bulto chico de una bolsa envuelto en papel.

–Esto le manda mi mujer. Le gusta hacer dulce de ciruela y en el campito que al final compré, hay unos ciruelos que dan para hacer dulce.

–Estoy hecho un toro Artagaveytia y eso fue gracias a su consejo.

–No es así, le respondí; es gracias a que usted se acordó que todos más allá de las apariencias, seguimos siendo animales, ¿vio?.

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*Referencia de la imagen de Dersu Uzala y Vladímir Arséniev: De Desconocido – Владимир Клавдиевич Арсеньев. Собрание сочинений в 6 томах. Том I. / Под ред. ОИАК. — Владивосток, Альманах «Рубеж», 2007. — 704 с., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=18269521

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