En nuestro equipaje para entender “Las dudas del calibre”, tendremos que recordar la experiencia de aprender a andar en bicicleta, luego evaluar una hipótesis inquietante de Arthur Koestler, mientras nos apuramos a entrar en una sala de partos.
La brisa en el rostro
El arte de andar en bicicleta depende de una variable que se denomina equilibrio. Claro, dicho así, parece que estamos en presencia de una experiencia impersonal y meramente descriptiva de los mecanismos cinéticos propios de tal actividad.
Me gustaría evocarlo en este artículo en términos de experiencia para establecer nuestra analogía con el oficio astrológico.
Para aprender a andar en bicicleta, al principio alguien nos ayudaba a mantener el equilibrio sujetando el asiento desde atrás de tal manera de no caernos hacia un lado; ¿recuerda el consejo de mirar hacia delante y no a los pies? Entonces sujetábamos el manillar con fuerza y sin embargo a baja velocidad lo movíamos instintivamente de un lado a otro para sostenernos.
Ahora, nuestro asistente en el asunto nos da ánimo y vamos aumentando -peligrosamente- la velocidad mientras el titubeo del manillar disminuye levemente.
Ya estamos andando con una mezcla de vértigo y miedo, mientras nuestro guía pasa de caminar rápido a correr para seguirnos como soporte. A su vez, mientras nos da indicaciones, nos ofrece su invaluable apoyo moral en el desafío.
Al cabo de un buen rato de práctica dividido generalmente en algunos días, se produce un momento mágico:
Quién nos ayuda, en un acto de arrojo cuasi épico; mientras corre detrás nuestro, suelta el asiento en secreto y se produce el milagro: Dominamos el arte del equilibrio ciclístico y con ello cambia inmediatamente nuestro estatus y ahora somos oficialmente ciclistas y por tanto tenemos el derecho de disfrutar de nuestro dominio y nueva habilidad, con todos los beneficios que esto ofrece.
Discretamente dejaremos de lado la cantidad de veces que nos caímos por exceso de confianza o dominio del arte del pedal y lentamente vamos afinando el asunto hasta procurarnos el placer de -por ejemplo- sentir la brisa en el rostro mientras pedaleamos lentamente.
Bueno; Ud. verá, a mí con el montaje e interpretación de una carta natal me pasa más o menos lo mismo.
Me acomodo en mi bicicleta astral, subo primero con el empeine el pedal que voy a pisar luego -¿se acuerda?-, así me impulso levemente con la otra pierna y listo; a rodar.
Reconozco que el manillar ya no titubea tanto por estos tiempos, aunque sé que de alguna manera en cada viaje que hago por una carta, las técnicas depuradas que aplicaba antaño con mayor destreza, se han ido relegando debido a los treinta y nueve años de andar paseando y observando paisajes.
Hoy en día, aún, al apoyar el pedal luego de subirlo, hago algo que tengo incorporado y que se llama -suena sofisticado, ¿verdad?- rectificar la hora de nacimiento. Prefiero -de forma modesta- calcular a qué altura voy a poner el pedal para empujar de tal manera de empezar el paseo y esto lo hago preguntándole a mi consultante algunas cosas de su pasado para afinar mi calibre.
El horóscopo secular
Arthur Koestler es un autor húngaro que aún tiene la facilidad de ponerme a pensar cada vez que lo vuelvo a leer y específicamente para este artículo “Las dudas del calibre”, su hipótesis del horóscopo secular vuelve una y otra vez sobre el asunto de la vinculación del momento del nacimiento como parámetro obtener datos sobre un sujeto cualquiera.
Un buen día, se le ocurrió realizar su autobiografía y comenzarla hablando desde su propio horóscopo, un horóscopo basado en los acontecimientos mundiales que sucedieron el día de su nacimiento.
Vamos a asomarnos a su idea:
Marx sostenía que el hombre es un producto de las circunstancias sociales. La astrología que el hombre depende de las circunstancias cósmicas. Yo creo que ambas proposiciones son válidas; de aquí surge la idea del horóscopo secular.
El procedimiento para trazar el horóscopo secular es muy simple. Lo único que tuve que hacer fue ir a las oficinas […] y pedir que me mostraran el ejemplar del día siguiente a mi nacimiento, hecho que ocurrió el 5 de septiembre de 1905.
Llegó entonces a la siguiente conclusión:
El reloj que había marcado la hora de mi nacimiento también anunciaba el fin de la era del liberalismo y del individualismo, de esa civilización de dura competencia y sin embargo de facilidades, que había logrado conciliar, gracias a un insólito contrato, amable y cruel, el eslogan de la «supervivencia de los más aptos» con el de laissez faire, laissez aller (dejar hacer, dejar pasar).
Aquí tiene estos razonamientos compactados en un excelente video de hace unos años:
Mientras desvariamos nuestras cavilaciones acerca de las sincronías y los paralelismos mirando para afuera por la ventana de la habitación del hospital, la parturienta está modificando su postura decúbito lateral, es decir, acostada “de lado” a otra que se denomina decúbito supino, es decir “volcada” boca arriba.
Esto no lo hace de forma consciente; es puesto que se prepara para pujar y se lo digo por experiencia, debemos apurarnos ahora; va siendo momento de vestirnos con nuestra túnica sin olvidar las fundas para los zapatos, tapaboca y lavarnos las manos para asistir a la ceremonia del verdadero montaje de una carta natal que sucede en la sala de parto, donde todo comienza a decretarse.
Atrapando una biografía
La precisión del “cuándo” del pronóstico astrológico se obtiene mediante diversas técnicas de cronometría.
Todas ellas dependen de la precisión de la hora del nacimiento.
Así, se sostiene que la hora a utilizar coincide con el corte del cordón y no con el alumbramiento, puesto que en ese momento se cambia el campo de influencia del cielo (¿?) sobre el nativo.
Dentro de los innumerables regalos que tengo como padre, he tenido la suerte de presenciar los cuatro partos de mis hijos.
Tres inducciones y una cesárea.
Escapemos sin embargo a la anécdota personal para centrarnos en el instante mismo de “la foto del cielo”
Dentro de la sala de partos usualmente encontramos un obstetra, un neonatólogo, un anestesista, dos o tres auxiliares, la madre que es el centro de toda esta maravilla del asunto y a su lado -si la suerte lo permite- un espectador privilegiado: el padre.
Hace algunos siglos y con algunas variantes en los protagonistas de la ceremonia, eventualmente en el caso de familias adineradas, se convocaba en una antesala o dentro mismo del recinto en forma adicional al astrólogo de corte.
Al llanto del recién nacido, nuestro profeta histórico, observaba “la estrella que se levanta” y entonces podía confeccionar el horóscopo digamos, de primera mano.
En el caso de nuestra familia, padre y astrólogo estaban ensamblados en la misma persona; pero, por cuestiones hospitalarias que Ud. seguramente entenderá, no podía yo aparecerme con un compás y una ballestilla tratando de calcular el ángulo por la ventana, así que no me quedaba más remedio que recurrir al reloj en mi muñeca que, al fin y al cabo -como Ud. sabe-, sigue siendo un instrumento de medición astrológica.
Para el asunto y en esas cuatro oportunidades, mi artefacto estaba minuciosamente calibrado.
Bien; la madre ya terminó la fase que se denomina “de dilatación”; ahora inicia el tramo “de expulsión”.
Estamos todos listos -eso es fácil de decir para mí que soy solamente el donante- y empieza el alumbramiento.
Cuando éste queda completo, los dos principales protagonistas (madre y bebé), están unidos por el cordón umbilical.
El astrólogo mira la hora y sin embargo resiste la tentación de grabarla en su mente.
El cordón está ahí aún, pulsante.
Ya con cierta estabilidad del bebé, se procede a “clampear” es decir a colocar dos pinzas en el cordón umbilical y luego de unos minutos desde el alumbramiento, se procede a cortar el cordón y con ello se decreta el nacimiento. El astrólogo mira la hora y por tanto ya la puede anotar para luego imprimir la carta natal.
En todas las ocasiones y por lo que conozco hay un reloj en la sala de partos.
El obstetra usualmente lo tiene enfrente, en la cabecera de la camilla de parto.
Algún auxiliar, el neonatólogo; pero en la mayoría de los casos el propio obstetra “canta” la hora para que se anote en la ficha que luego será transcripta en la partida de nacimiento.
Entonces, el obstetra lo que mira, es el reloj al alumbramiento, y claro, roguemos porque no esté muy adelantado o atrasado, aparte que no le falten baterías o algo así.
El astrólogo, se mantiene a la espera para marcar el suyo al corte del cordón.
En la partida figurará una hora. Sin embargo; el astrólogo tendrá otra.
Bien; me dirá que la diferencia es muy pequeña.
El corte del cordón está asociado desde hace muchos años al llamado: “Clampeo tardío del cordón umbilical”
Leamos brevemente uno de los tantos estudios acerca del tema:
El pinzamiento de cordón umbilical es una maniobra que se realiza en la tercera etapa del trabajo de parto, entre el nacimiento y el alumbramiento, marca el final de la circulación fetoplacentaria y del intercambio gaseoso a ese nivel, dando paso a un proceso fisiológico de adaptación cardiopulmonar. El momento del clampeo del cordón umbilical tiene implicancias directas en cuanto a la redistribución del flujo sanguíneo placentario desde la placenta al recién nacido…
El promedio de tiempo de cese del latido del cordón umbilical fue de 2 minutos 39 segundos ± 2 minutos 27 segundos. Siendo el rango de mínimos y máximos de 32 segundos a 8 minutos 24 segundos respectivamente. Todos los recién nacidos aumentaron su peso corporal, el promedio fue de 91,5 g ± 45,3 g, con un rango de máximos y mínimos de 37 g a 203 g. Se observó que la ganancia de peso se produjo en mayor porcentaje en el primer minuto de vida (80% en los primeros 30 segundos y 90% al final del minuto), luego se observaron oscilaciones hasta completar 100% en el tiempo restante.
http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1688-12492011000300003
Tres minutos mínimo.
Eso es lo que recomienda la ciencia hoy en día.
A ver qué tal me fue con mis hijos:
1 – 14:30 hora de la partida / 14:26 hora real
2 – 19:45 hora de la partida / 19:52 hora real
3 – 20:00 hora de la partida / 20:01 hora real
4 – 23:50 hora de la partida / 23:56 hora real
¿No le parece que en los cursos de astrología que se dan sobre rectificación aparte de las eruditas elucubraciones técnicas, debería enseñarse el asunto del clampeo tardío?
No le quiero abrumar; pero si el obstetra todavía observa al recién nacido cianótico, sus tres minutos de promedio se extienden como mínimo, otro tres más y en la maniobra, retira la pinza que está próxima al recién nacido y bombea manualmente la sangre hacia el bebé.
Las dudas del calibre
Hoy en día, el oficio astrológico nos impone rapidez, por no decir apuro.
Rapidez para levantar una carta.
Rapidez para emitir un pronóstico, para aplicar una técnica o para emitir un juicio cualquiera apoyados en la imagen de la carta natal que tenemos frente a nosotros.
Ya; todo ya. Ahora.
Y Quirón, la cabeza del dragón y Ceres; porqué no.
Eso nos llenará de dudas luego, porque no estuvimos en el momento preciso para mirar el horizonte. Esas son también las dudas del calibre.
Verá; yo extraño la brisa en el rostro arriba de mi bicicleta astrológica camino a la la ceremonia de un parto.
La música que suena en la habitación contigua a la sala en ese preciso momento, el caos controlado de las maniobras que se parecen más una coreografía llenas de diálogos, ruidos, dolores, risas y llantos; el olorcito particular del recién nacido; la alegría y lo mágico de un momento único que implica la bienvenida de una nueva vida.
Y enterarme mirando por la ventana si afuera llueve o hace calor.
Me parece improbable como sostiene Koestler, que nuestro astrólogo de la antigüedad no tomara todos los elementos circundantes en cuenta haciendo uso de sus sentidos y esperara con paciencia a la verdadera separación del campo de madre respecto del recién nacido para sumergirse en los designios de esa nueva vida.
Esos privilegios están reservados a aquellos que, al usar lo más posible sus sentidos, entienden perfectamente el uso adecuado del calibre para rectificar el punto de partida de una vida.
Para ello un buen comienzo es simplemente imaginar cómo sería la atmósfera alrededor de nuestro consultante cuando desembarcó. Al fin y al cabo, el cielo lo atrapó en ese momento firmándolo por toda su existencia.
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